Alejandra Amatto, doctora en Literatura Hispánica, analiza el panorama de las mujeres en la literatura actual, con historias que van del terror a la más pura realidad
Actualmente las escritoras latinoamericanas llenan auditorios con tal euforia que parecen estrellas de rock: ahí está el ejemplo de Mariana Enríquez; ganan premios internacionales, antes insospechados para cualquier autor en sus países de origen, como Cristina Rivera Garza; las mencionan dentro de las listas más prestigiosas de periódicos y rankings del mundo, como a Fernanda Melchor, mientras sus historias trascienden más allá del papel para convertirse en películas o series de televisión.
Y, por si fuera poco, también desafían la condena del olvido, ante la amenaza de volverse polvo en algún archivo viejo.
La literatura escrita por mujeres latinoamericanas cruza hoy por uno de sus momentos de mayor proyección y reconocimiento de la historia: ¿cuál es el posible origen de tan efervescente interés?
¿Acaso es cierto que se trata de un “Boom Latinoamericano” protagonizado por mujeres que explotó de pronto?, ¿qué es lo que ellas han escrito y siguen escribiendo?, ¿hacia dónde van sus plumas y las de sus nuevas generaciones? Son algunas preguntas que surgen, a punto de alcanzar el primer cuarto de nuestro siglo XXI.
Una tradición de más de 200 años
Apasionada de su trabajo, la doctora en Literatura Hispánica Alejandra Amatto explica que, por lo que la crítica especializada ha estudiado en los últimos 30 años, eso que se ha llegado a llamar “Nuevo Boom” es en realidad un fenómeno complejo compuesto de diferentes factores “culturales, sociales y editoriales (económicos)”.
“Lo que hemos visto desde la perspectiva crítica es que esa clasificación de “Boom” termina por ser una definición limitante frente a lo que ha sido la escritura producida por autoras mujeres a lo largo de la Historia de la Literatura de América Latina.
“Es un término que, en cierta medida, niega la tradición de la literatura hecha por mujeres y que se remonta, por lo menos, hasta inicios del siglo XIX y del que ellas (las autoras contemporáneas) son herederas”, afirma Amatto, quien imparte la materia Literatura y Crítica de la Producción Literaria en América Latina, para la Unidad de Posgrado.
Las pioneras
Juana Manuela Gorriti (1818-1982), narradora y periodista de Argentina; Isabel Prieto de Landázuri (1833-1976), primera escritora del canon literario de México; Soledad Acosta de Samper (1933-1913), símbolo del feminismo en Colombia; Clorinda Matto (1852-1909), precursora del indigenismo peruano. Aunque Amatto solo nombra unas cuantas, la lista es grande y cada vez mejor documentada.
La experta explica que el término en discusión alude a otro fenómeno cultural y editorial muy específico, de la década de los 60 del siglo pasado: el “Boom Latinoamericano”, el cual es un punto referencial en la historia de la literatura universal, que aún goza de gran repercusión entre todos los autores y lectores contemporáneos y en el que figuraban escritores como Gabriel García Márquez (1927-2014), Julio Cortázar (1914-1984), Carlos Fuentes, (1928-2012) o Mario Vargas Llosa (1936).
Publicar autoras funciona y vende
Pero la existencia de una tradición por sí misma no explica del todo el porqué la obra de autoras latinoamericanas tiene tan alto impacto actualmente en el mundo. Amatto explica que, entre los factores sociales a considerar, está el movimiento feminista, no sólo en América Latina, sino en el mundo entero, como uno de los más importantes.
“Desde el siglo XIX se han logrado importantes conquistas feministas, que realmente han hecho que las mujeres alcancen puestos estratégicos en los distintos sectores de la sociedad y desde los cuales han logrado mucha mayor visibilización en espacios como lo fue y sigue siento la misma empresa editorial y la consideración de los lectores”, asegura.
“Las mujeres sí han podido tener acceso a grandes casas editoriales, aunque no se les leía tanto como a los hombres que gobernaban las mismas estructuras”.
Algunos de esos ejemplos son, sin duda, figuras canónicas indiscutibles, como las mexicanas Elena Garro (1916-1948), Rosario Castellanos (1925-1974), Amparo Dávila (1928-2020), Guadalupe Dueñas (1920-2002); la uruguaya Cristina Peri Rossi (1941), o la argentina Liliana Heker (1943).
La literatura escrita por mujeres latinoamericanas cruza hoy por uno de sus momentos de mayor proyección y reconocimiento de la historia
Aunque parte de las conquistas feministas han influido en el florecimiento de la literatura creada por mujeres latinoamericanas, que se han enfrentado a condiciones socioculturales e históricas muy específicas marcadas por la violencia y la opresión, la académica Alejandra Amatto señala que hay que considerar otros aspectos económicos, como la transformación de la industria editorial, que en las últimas décadas ha visto en las firmas femeninas un negocio rentable.
“Ahora hay una muy bien planteada identificación por parte del mercado editorial de que publicar autoras funciona y vende. Tan solo hay que pensar que, en el ámbito internacional, en los 2000, hubo escritoras como J. K. Rowling (1965), autora de la exitosa saga de libros Harry Potter, que tuvo que omitir su nombre (Joanne) para mantener su sexo enmascarado, ya que se sabía que, cuando alguien veía un libro y se enteraba que era escrito por alguna mujer era mucho más difícil que lo comprara”, dice Amatto.
El impulso de las redes sociales
Sumado a este factor, la especialista —quien también tiene contacto con generaciones más jóvenes de lectores, pues es maestra en la licenciatura de Letras Hispánicas de la UNAM— suma la “doble publicidad” que ha generado el auge de las redes sociales, las cuales se han convertido en el medio de comunicación predilecto de los jóvenes, quienes hacen comunidades y están a la búsqueda de presentaciones de sus autoras favoritas.
Por ejemplo, la narradora argentina Mariana Enríquez (1973), llamada coloquialmente “La reina del terror”, incluso ya ha presentado el espectáculo performático No traigan flores, además de sus multitudinarias conferencias, donde todos buscan tener un autógrafo suyo.
Amatto considera gracias a su amplia conexión de las redes sociales a nivel mundial, las autoras tienen mayor proyección, algo indispensable para cualquier escritor que aspire a ganar algún premio, incluso en situaciones completamente impensadas, como fue el caso de Cristina Rivera Garza, quien este 2024 fue galardonada con el Premio Pulitzer en “Memorias o Autobiografía”, por su libro El invencible verano de Liliana, categoría que no había sido alcanzada nunca por ningún escritor mexicano.
Esto ha ayudado a que ellas tengan mayor notoriedad, algo fundamental para que un comité te considere, lea y también premie tu obra. Ese aparato de difusión no lo tenían las mujeres, estaba enquistado en los grupos intelectuales conformados por hombres que iban a las universidades y que salían en la televisión
Este éxito a su vez también ha significado el que varias escritoras tengan a sus historias como fuentes de inspiración para proyectos en el séptimo arte, ya sea por productoras reconocidas o por famosas plataformas como Netflix. Como ha sido el caso de Fernanda Melchor con su ya mencionada Temporada de Huracanes; o Guadalupe Nettel, con su cuento corto sobre la maternidad “El matrimonio de los peces rojos” que será llevado también al cine, o Mariana Enríquez, cuya novela Las cosas que perdimos en el fuego, se convertirá en una serie.
Lo sucio, lo irreal y la autoficción
De las diversas formas en que se puede el ecosistema de escritoras latinoamericanas contemporáneas, Alejandra Amatto afirma que hay una clasificación que consiste en dos grandes apartados: autoras de géneros de irrealidad y de realismos sucios, aunque todas inevitablemente han sido marcadas por los contextos particulares de cada país en el que habita, como las dictaduras militares, la migración, la desaparición forzada, el narcotráfico y muchas otras formas de violencia como las que se ejercen contra las mujeres.
Amatto señala que la argentina Mariana Enríquez es la”máxima representante del terror” y punta de lanza del derrotero de lo “irreal”, autora de reconocidos libros de cuentos, como Los peligros de fumar en la cama o la novela Nuestra parte de la noche.
La crítica también pone énfasis en el trabajo sobre ciencia ficción escrito por la boliviana Liliana Colanzi (1981), que responde a la preocupación de cómo el capitalismo “explota los recursos naturales y despoja a los propietarios originarios”, así como obras de la también argentina Samanta Schweblin (1978), que explora la rareza y lo perverso.
Mientras tanto, en el otro lado del péndulo, el del “realismo sucio”, encontramos a la mexicana Fernanda Melchor (1982), cronista, y narradora, escritora de Temporada de Huracanes, libro que ocupa el número 82 en la lista del The New York Times que catalogó los 100 mejores libros de la historia traducidos al inglés y donde narra la realidad terriblemente violenta de Veracruz, su estado natal.
Hay en ellas una diversidad muy interesante (…). las irrealidades suceden en los terrenos de la fantasía, la imaginación, la ciencia ficción y los mundos distópicos; mientras que los realismos sucios, que son el otro extremo del péndulo, son aquellas que muestran de manera cruda la violencia, a través de un realismo apabullante
Alejandra Amatto, doctora en Literatura Hispánica
Aparte, Amatto menciona a Claudia Salazar Jiménez, autora de la novela La sangre de la aurora, con la que pretendió describir el modo en que las mujeres ingresaron a conflictos armados como parte de la guerrilla, en Perú a finales del siglo XX. Esta última es considerada por la BBC como una de las 10 obras recomendables.
Alejandra Amatto considera que también hay mucha mayor diversidad, en los terrenos de la “autoficción” o de “las escrituras del yo”, del cual la también mexicana Cristina Rivera Garza es un importante representante.
En sus obras, Cristina Rivera muestra sus grandes dotes como investigadora de archivos, así como su capacidad literaria para narrarlo de una forma única.
Al rescate de los archivos inéditos
Amatto menciona que hay en todo este gran auge de novedades editoriales, otro hecho digno de ser estudiado, que consiste en buscar materiales perdidos u olvidados, ya sea en archivos de diferentes autoras bibliotecas o instituciones, generando con ello un fenómeno por partida doble.
“El rescate de obra invaluable para la literatura y la construcción de diferentes tradiciones, a través de autoras vivas que leen este tipo de publicaciones”, es un hecho que no sólo se trata porque sean mujeres sino porque “es buena literatura”.
Menciona el caso del proyecto Vindictas, de la UNAM, que ha sacado del olvido a una significativa cantidad de mujeres autoras, en todos los géneros literarios donde figuran personajes como Asunción Izquierdo (1910-1978) y María Luisa Mendoza (1931-1908).
“Es muy importante que se sepa que la crítica y la teoría literaria no se limita a estudiar únicamente a viejos rancios, sino a tratar de comprender de una manera útil y clara la obra feminista de nuestro tiempo”.
“Hoy la crítica se enfrenta a la publicación de demasiados libros escritos por mujeres, lo que representa un reto sin precedentes, por la inmediatez, con que se viven las publicaciones de autoras latinoamericanas alrededor del mundo”.
Amatto comenta que no sólo están estos ejemplos institucionales, también existen a partir de investigaciones individuales, como la de la escritora y académica Diana del Ángel, quien logró convencer al hijo de la poeta guatemalteca Alaíde Foppa que abra el archivo, el cual había permanecido cerrado por más de 40 años y ahora está en planes la publicación textos inéditos de esta autora pionera del feminismo en Latinoamérica.
“Hay que pensar bien las tradiciones. Estas investigaciones ayudan a entender que la literatura latinoamericana empezó desde cero. A veces, en la actualidad, se cree que las autoras están descubriendo algo nuevo en su literatura, pero en realidad no es así y responde a esa generación de escritoras”, afirma la académica.
Las que vienen empujando
Hablando de tradiciones, al ser 30 años un tiempo considerable para la formación de varias autoras, empiezan a sonar nuevos nombres, como las novelistas Ave Barrera, Aura García-Junco, Valeria Luiselli, Socorro Venegas o Brenda Navarro, se le pregunta a Amatto si ya se puede hablar de nuevas generaciones de mujeres escritoras.
“Es complicado porque hoy más que nunca nos estamos enfrentando a algo que antes no sucedía como ahora: La inmediatez. Hoy con la gran facilidad de publicación en formatos digitales hay una gran cantidad de libros nuevos que implica mucho esfuerzo para los académicos. La verdad, creo que esto es algo que, para entender bien y saber quién se queda y forma parte de la tradición, será interesante de comprender en 10 años, cuando menos”, apunta.
Un fenómeno global
A pesar de que hay un auge de escritoras latinoamericanas cada vez más presente, lo cierto es que no se trata de un fenómeno exclusivamente local, sino que se está haciendo presente en todo el mundo “y no sólo en literatura, también en arquitectura, medicina o derecho”, una presencia que se puede apreciar en las ganadoras de los premios más importantes de los últimos años.
La presencia de mujeres se puede comprobar al ver la lista de galardonados con el Premio Nobel de Literatura. Hasta la década de los 50 a los 70 del siglo pasado, sólo hubo una mujer galardonada. A partir de la década de los 90, se alcanzó un 30 por ciento; en los años dos miles, 40 por ciento; en 2010, un 30 por ciento, y 50 por ciento en el actual decenio.
Sobre la presencia de cada vez mayor número de autoras en el mundo, la escritora Jennifer Clemment, quien fue presidenta del PEN Club Internacional, la más importante asociación de escritores del mundo, considera que pese a que han habido progresos, aún se tiene que trabajar para alcanzar esa anhelada paridad de género.
“Cuando yo estuve al frente del PEN vimos que cada vez hay más mujeres que escriben y ganan premios, específicamente en inglés, casi a la par. Sin embargo, en el 96 por ciento de las novelas que se escribían se hacían con hombres como protagonistas. Esto nos dice que aún favorecemos las historias de los hombres”, dice la escritora Jennifer Clemment.
También Clemment considera que para el canon de literatura anglosajona, aún hay mucho que descubrir de lo proveniente de otras latitudes como la misma América Latina.
Se publican, pero…¿se leen?
En contraste con tan alentador momento para las letras escritas por mujeres latinoamericanas, las cuales han logrado conformar diversos grupos de públicos fieles y pendientes de cada una de sus publicaciones y movimientos en distintas partes del mundo; la realidad de su lectura, al menos en México, no es tan buena como se podría esperar, en comparación con el grueso de la población.
Esto se puede ver en las últimas métricas publicadas por el Módulo sobre Lectura (MOLEC) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en las que se indica que en México sólo el 68.5 por ciento de la población alfabeta mayor de 18 años ha leído algún tipo de contenido en cualquier formato, ya sea impreso o digital (71.7 por ciento hombres y 65.7 por ciento, mujeres). Un resultado que representa, de hecho, un retroceso de 12.3 puntos porcentuales en comparación con 2016.
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Por si fuera poco, de ese total de población lectora, sólo el 40.8 por ciento aseguró haber leído por lo menos un libro en los últimos doce meses; mientras que un 37.7 por ciento que leyeron en páginas de Internet, foros o blogs; un 23.6 por ciento dijo que leyó revistas; un 18.5 por ciento, periódicos y 6.1 por ciento, historietas.
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De todos los lectores encuestados el análisis hecho por INEGI arrojó que el promedio de libros que leyeron los mexicanos en 2023 es de 3.4, un retroceso de 0.5 por ciento en comparación con 2022. De esos lectores, 44.6 por ciento aseguró leer por entretenimiento.
En cuanto a motivos de lectura por trabajo o estudio y cultura general, el análisis encontró que leyeron más hombres que mujeres, con un 8.5 y 3.0 puntos porcentuales, respectivamente. Mientras que por motivos de religión y entretenimiento las mujeres resultaron mayoritarias con 5.9 y 5.4. Números que nos dicen que aún queda mucho por hacer para que las letras de las mujeres sean leídas por la mayoría de la población mexicana.