En su libro “Cleopatra. Una vida”, la historiadora Stacy Schiff ofrece datos para develar el misterio y tratar de desvanecer el mito de la seductora
A pesar de ser posiblemente la mujer más famosa de la historia, lo cierto es que de Cleopatra (69 a.C-30 a.C) se conoce muy poco. Gran parte de lo que creemos saber de ella ha sido construido con diversas voces que estuvieron muy lejos de conocerla, o que tomaron partido en su contra, además de que también hay una marcada falta de documentos que puedan respaldar las diversas versiones que se tienen de su vida.
Tan sólo pensemos que una de las fuentes más confiables que se tienen de ella es la biografía escrita por el historiador romano Plutarco, quien nació 100 años después que ella; o que son muy pocos los retratos de esta líder egipcia de origen griego-macedonio hechos en su época, los cuales distan mucho de la belleza occidental hegemónica que guardamos en el imaginario colectivo. Cleopatra no tenía la nariz respingada ni los bellos pómulos de Elizabeth Taylor, la actriz que la protagonizó en aquella película de 1963.
Estos vacíos, a decir de la historiadora Stacy Schiff, autora del libro “Cleopatra. Una vida”, una de las biografías más completas de este personaje, que ahora publica el Fondo de Cultura Económica, han impulsado la creación de un sinfín de mitos en torno a esta mujer que gobernó Egipto durante 22 años, esa jovencita que a los 18 años se convirtió en reina. Su muerte tampoco se salva de ello.
Según Schiff, quien comparó el mayor número de fuentes posibles, aún no se conoce a ciencia cierta la fecha de la muerte de Cleopatra, pero se estima que pudo haber sido a finales de agosto en el año 30 a.C. Sin embargo, aunque varias de las biografías que consultó coinciden en que posiblemente se suicidó, luego de su derrota ante Cayo Julio César Augusto, y de saber del suicidio de su amante, el militar Marco Antonio, no hay consenso en el modo.
Algunos afirman que debió haber muerto por una mordedura de un áspid o una cobra egipcia, luego de que tres de sus sirvientas se encerraran con ella en su mausoleo, revistiéndola con sus ropas más formales y los objetos distintivos de su rango faraónico. Pero la historiadora Schiff lo considera improbable por varias razones, la primera por que la reina no se permitiría dejar a la suerte de un animal el destino de su pueblo y su vida, y tampoco por ser la cobra el símbolo propio de la realeza egipcia.
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Otra de las versiones que Schiff considera más probable, es la de envenenamiento por una bebida letal o por la aplicación de un ungüento tóxico, como sugiere el mismo Plutarco, aunque él mismo advierte que “la verdad nadie la sabe”. Sin embargo, Schiff considera que la persistencia de la serpiente en las innumerables representaciones de Cleopatra en la pintura, la escultura y la poesía occidental, hace alusiones al culto dionisiaco, despreciable para occidente, si se toman las referencias de Eva, Medusa, Electra y otras mujeres.
La historiadora considera que esta versión pudo haber sido promovida por el mismo Cayo Julio César Augusto, quien fue mucho menos benefactor para Roma de lo que fue Cleopatra por la gran riqueza que tras su muerte impulsó al naciente imperio. Esto fundamentó la imagen de una mujer cuya influencia dependía más de su fuerza seductora que de su inteligencia, un mito que el libro de Schiff intenta desvanecer.